El primer martes: Hablamos del mundo.

 


El viejo profesor empieza a debilitarse tanto que le está grande la camiseta de algodón que lleva y los pantalones de chándal también, ya que, con una mano se le puede coger todo el muslo. Seguramente le vendrían unos pantalones de un niño de primaria. Había encogido tanto que no llegaría a medir mucho más de un metro y medio si se pusiera de pie. 



Mitch al venir del aeropuerto se pasó por un supermercado de al lado y le compró un poco de pavo, ensalada de patata, de pasta y bagels, vaya, todo muy sano porque debía cuidarse ahora más que nunca, y como comer era su afición, le quiso ayudar aportando algo de comida y fueron a la mesa de la cocina, rodeada de sillas de mimbre.

                                                                 (Lo que comieron tendría una pinta muy parecida a esto).

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Cada vez que volvía de ir al baño parecía cansado. 



El viejo profesor le decía al alumno que ahora tenía que ver la vida de una manera singular, afrontándolo, sentándose con sus días menguantes meditando sobre lo que considera importante en la vida porque contaba con el tiempo y la lucidez suficientes para hacerlo.



El viejo profesor le contaba que ahora que estaba sufriendo se sentía más cerca de las personas que sufren y simplemente se echa a llorar constantemente porque siente su angustia como si fuera la suya sin conocer a ninguna de esas personas, refiriéndose a las personas de Bosnia. Al recordarlo se le humedecieron los ojos pero el alumno le hizo callar con un gesto. Mitch dijo que es posible que la muerte sea la gran niveladora, la única cosa grande que es capaz de conseguir que las personas que no se conocen, derramen una lágrima las unas por las otras. Entonces el viejo profesor se sonó la nariz ruidosamente.



Pero el día que se vean sean los martes no era por decir un día, era porque sus clases eran los martes y tenía sus horas de tutoría o quedaban para repasar el trabajo ante su escritorio, en la cafetería... Así que, parecía propio que se volvieran a reunirse los martes.



El viejo profesor le confesó que se preocupaba de las personas que ni siquiera conocía porque lo que más estaba aprendiendo con la enfermedad era aprender a dar amor y a dejarlo entrar.



Mitch asintió con la cabeza como buen alumno, se acercó para darle un abrazo en el que sintió sus manos debilitadas y le dio un beso en la mejilla, cosa que en realidad no suele hacer.



El viejo profesor le dice que le recuerda a él de joven porque también le gustaba guardarse las cosas para sí mismo.







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