El segundo martes: Hablamos del sentido de lástima por uno mismo.


Mitch volvió al martes siguiente y durante muchos martes sucesivos, esperaba aquellas visitas más de lo que cabría suponer, porque cuando visitaba al viejo profesor le parecía haber dado un salto en el tiempo, y él se apreciaba más a sí mismo cuando estaba allí. Sus visitas al viejo profesor le parecían un baño purificador de amabilidad humana porque hablaban de la vida, del amor y de uno de los temas favoritos del viejo profesor, la compasión, y de por qué nuestra sociedad tenía tanta carencia de ella. Antes de visitarle, Mitch se pasó por un supermercado llamado Pan y Circo porque vio bolsas de ese supermercado en casa del viejo profesor. Se cargó de fideos con verduras, sopa de zanahoria y

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Entonces el viejo profesor le llamó "el hombre de la comida" poniendo los ojos en blanco y sonriendo. Mientras tanto Mitch buscaba indicios del avance de la enfermedad. Los dedos le funcionaban lo suficiente como para que pudiera escribir con lápiz o coger las gafas, pero solo era capaz de levantar los brazos hasta poco más arriba del pecho.

Tenía una campanilla al alcance de la mano, y cuando necesitaba que le acomodasen la cabeza o cuando tenía que "ir al excusado", como lo llamaba él, agitaba la campanilla y acudían Connie, Tony, Bertha o Amy, su pequeño ejército de asistentes domésticos. No siempre le resultaba fácil levantar la campanilla, y cuando no era capaz de hacerla sonar se sentía frustrado.


Mitch le preguntó al viejo profesor si sentía lástima de sí mismo y le dijo que a veces, por la mañana, deplora el modo lento e insidioso en el que se está muriendo, pero, a continuación, deja de lamentarse. Mitch le pregunta que si así de fácil le resultaba y le contestó que se permite un buen llanto si lo necesita, pero después se concentra en las personas que van a verle, en las anécdotas que va a oír, en él, si es martes, porque son personas de martes y Mitch le sonrió. El viejo profesor dice que es horrible ver que su cuerpo se va consumiendo lentamente hasta quedarse en nada, pero que también es maravilloso por todo el tiempo que dispone para despedirse, porque no todos tienen la misma suerte, añadiendo una sonrisa. Mitch no podía entender como había podido decir "suerte" si le contempló en su sillón, incapaz de ponerse de pie, de lavarse, de ponerse los pantalones...


Después de que Connie llevara al viejo profesor al baño le pregunta si quería que le pusiera él en el sillón reclinable y Connie le enseñó cómo hacerlo. El viejo profesor era en su mayor parte un peso muerto, y sintió que su cabeza rebotaba suavemente sobre su hombro y que su cuerpo caía flácido sobre el suyo como una hogaza grande y mojada.

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Mitch sintió las semillas de la muerte dentro de su cuerpo que se encogía, y cuando le puso en el sillón, colocándole la cabeza en almohadas, comprendió fríamente que se les acababa el tiempo.









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