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Mostrando entradas de diciembre, 2020

El noveno martes: Hablamos de cómo perdura el amor.

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  Las hojas habían empezado a cambiar de color. Las piernas del viejo profesor necesitaban atenciones constantes, todavía podía sentir el dolor, aunque no podía moverlas; era una de las crueles paradojas de la ELA y al tocarle los pies sentía como si le estuvieran pinchando con un tenedor. Ya no podía mover ni la cabeza. Parecía que su columna vertebral adquiría la forma del sillón. Le quedaba poco para quedarse hasta sin voz cuando le llegara a los pulmones, podría resultarle imposible hablar porque ya no podía hablar mucho tiempo sin tener que descansar. Cuando el viejo profesor está con alguien, está con esa persona. Mira directamente a los ojos y escucha como si esa persona fuera la única en el mundo. Si el primer encuentro de cada día de las personas fuera así, en vez del gruñido de una camarera, de un conductor de autobús o del jefe, sería maravilloso. Aprender a prestar atención es más importante que casi todo lo que te pueden enseñar en la universidad. Las personas solo tienen

El octavo martes: Hablamos del dinero.

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  Entraba el sol de la mañana por la ventana del viejo profesor que tenía a su espalda y caía sobre las flores rosadas del hibisco que estaba en el alféizar. La charla que tuvieron este martes Mitch y el viejo profesor se simplifica en este trozo de texto: Siempre dicen que poseer más cosas es bueno: más dinero es bueno, más bienes es bueno, más comercialismo es bueno; más es bueno. Engullir algo nuevo; engullir un coche nuevo, engullir un bien inmobiliario, engullir el último juguete y después querer contarlo. Eso es en toda regla personas con hambre de amor. Abrazan las cosas materiales y esperan que éstas les devolvieran el abrazo de alguna manera. Las cosas materiales no ofrecen amor, delicadeza, ni ternura, al igual que el poder tampoco te ofrece ternura. Ni el dinero te dará el sentimiento que se busca, por mucho que se tenga. Por eso el viejo profesor el mismo día que supo que tenía una enfermedad terminal, perdió el interés por su poder adquisitivo, pero tenía una casa rica de

El séptimo martes: Hablamos de miedo a la vejez.

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  El viejo profesor ya no podía ir al baño solo, sonarse la nariz, lavarse las partes íntimas, con la excepción de respirar e ingerir la comida, dependía de los demás prácticamente para todo. Su tendencia era resistirse a que le ayudaran a bajar del coche, a que otra persona le vistiera. Pero ahora le gusta que le sequen la frente o que le den un masaje en las piernas. El viejo profesor ya tenía setenta y ocho años y estaba dando como adulto y recibiendo como niño. En esta foto salimos mi abuelo, que ahora mismo tendría la misma edad que el viejo profesor, y yo, en mi comunión. 

El sexto martes: Hablamos de las emociones.

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En la puerta principal de la casa del viejo profesor, que es azul, hay laureles silvestres y un falso plátano. El canalón blanco colgaba como una tapadera sobre la puerta. Los recipientes de ensalada de pollo, fideos, verduras y calabacines rellenos de la última vez que Mitch fue a visitar al viejo profesor, estaban intactos y le pilló de sorpresa a Mitch. En la mesa de la cocina había más frascos de pastillas que nunca para el asma, para ayudarle a dormir, para las infecciones, además de un preparado de leche en polvo y de laxantes. El viejo profesor cada vez iba debilitándose tanto, que llegó a tener frío en una temperatura de 26ºC. El viejo profesor quería reencarnarse en una gacela porque decía que son elegantes y veloces. Mitch observaba el cuerpo del viejo profesor encogido, con sus ropas sueltas, sus pies envueltos en calcetines, apoyados rígidamente sobre almohadas de gomaespuma, incapaz de moverse. El campus donde trabajó el viejo profesor en los años sesenta, se convirtió en