El séptimo martes: Hablamos de miedo a la vejez.

 

El viejo profesor ya no podía ir al baño solo, sonarse la nariz, lavarse las partes íntimas, con la excepción de respirar e ingerir la comida, dependía de los demás prácticamente para todo. Su tendencia era resistirse a que le ayudaran a bajar del coche, a que otra persona le vistiera. Pero ahora le gusta que le sequen la frente o que le den un masaje en las piernas.
El viejo profesor ya tenía setenta y ocho años y estaba dando como adulto y recibiendo como niño.


En esta foto salimos mi abuelo, que ahora mismo tendría la misma edad que el viejo profesor, y yo, en mi comunión. 


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