El sexto martes: Hablamos de las emociones.


En la puerta principal de la casa del viejo profesor, que es azul, hay laureles silvestres y un falso plátano.


El canalón blanco colgaba como una tapadera sobre la puerta.

Los recipientes de ensalada de pollo, fideos, verduras y calabacines rellenos de la última vez que Mitch fue a visitar al viejo profesor, estaban intactos y le pilló de sorpresa a Mitch.

En la mesa de la cocina había más frascos de pastillas que nunca para el asma, para ayudarle a dormir, para las infecciones, además de un preparado de leche en polvo y de laxantes.

El viejo profesor cada vez iba debilitándose tanto, que llegó a tener frío en una temperatura de 26ºC.

El viejo profesor quería reencarnarse en una gacela porque decía que son elegantes y veloces.
Mitch observaba el cuerpo del viejo profesor encogido, con sus ropas sueltas, sus pies envueltos en calcetines, apoyados rígidamente sobre almohadas de gomaespuma, incapaz de moverse.

El campus donde trabajó el viejo profesor en los años sesenta, se convirtió en un foco de revolución cultural: drogas, sexo, cuestión racial, protestas por la guerra de Vietnam.

Todos los alumnos que iban a visitar al viejo profesor desde Boston, Nueva York, California, Londres y Suiza, le decían que nunca habían tenido un maestro como él.







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