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El duodécimo martes: Hablamos del perdón.

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Antes de morir perdónate a ti mismo. A continuación, perdona a los demás. Mitch tenía un pequeño bote de pomada, tomó un poco en las manos y se puso a aplicarle un masaje en los tobillos al viejo profesor. El viejo profesor le confesó a Mitch que si pudiera haber tenido otro hijo, le hubiera gustado que fuese él. El viejo profesor quería que le enterrasen en una colina, bajo un árbol, con vistas a un estanque, muy apacible, un buen lugar para pensar y le dijo a Mitch que fuera los martes a visitarle como de costumbre. Este capítulo me ha dado una gran lección de vida, que es, perdonar a las personas con las que nos enfadamos, antes de que sea demasiado tarde.  

El decimocuarto martes: Nos decimos adiós.

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  El viejo profesor ya se pasaba una buena parte del día durmiendo hasta las 10 de la mañana, cosa que no era propio de él, nunca le había gustado dormir. Ya había llegado al punto de tener que tomar morfina para aliviar el dolor. Mitch le trajo sopa, tartas de verdura y ensalada de atún, aun sabiendo que llevaba meses enteros sin masticar comida como aquella, pero se había convertido en una pequeña tradición, porque a veces cuando estás perdiendo a alguien, te aferras a la tradición que puedes. Mitch le frotó la piel flácida, le acarició el pelo, le puso la palma de la mano sobre el rostro y sintió los huesos próximos a la carne y las lágrimas húmedas y minúsculas, como si salieran de un cuentagotas. Graduación. El viejo profesor murió un sábado por la mañana, había entrado en coma dos días después de la última visita de Mitch, aún aguantó una dura tarde, una noche oscura, fue el cuatro de noviembre, cuando sus seres queridos habían salido un momento de la habitación, dejó de respirar

El decimotercero martes: Hablamos del día perfecto.

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  El viejo profesor había decidido que lo mejor era que lo incineraran y para quitar un poco de hierro al asunto dice: "Procurad no tostarme demasiado", porque veía a su cuerpo como una simple cáscara, como un recipiente del alma. En todo caso se iba consumiendo hasta quedarse en piel y huesos inútiles, por lo que le resultaba más fácil dejarlo y es que ya tosía constantemente, por lo que pasaba unas malas noches últimamente, noches temibles, sólo podía dormir unas pocas horas de un tirón, hasta que lo despertaba una violenta tos de horas y tenían que entrar en el dormitorio a darle golpes en la espalda para intentar sacarle el veneno, pero estaba dispuesto a pasar a lo que viniera a continuación... Cuando se le ponía la voz ronca lo que solía significar que tenía que dejar de hablar un rato. El viejo profesor dice que si estuviera sano hoy las cuestiones que le importarían serían las relacionadas con el amor, la responsabilidad, la espiritualidad y la conciencia, pero llevab

El undécimo martes: Hablamos de nuestra cultura.

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La fisioterapeuta estaba enseñando a Mitch a aflojar a golpes el veneno que tenía en los pulmones, cosa que por entonces había que hacer regularmente, para impedir que se endureciera, para que siguiera respirando. Aunque lo suavizaban diciéndole el viejo profesor que siempre había querido pegarle y nunca lo había admitido, entonces le dice Mitch: ¡Ésta, por el notable que me pusiste en tercer curso! Pero realmente era la gimnasia final antes de la muerte, porque su enfermedad ya estaba peligrosamente próxima a su punto de rendición, morirse ahogado, no hay manera más terrible de morirse que esa... Las hojas secas estaban recogidas en montones en los prados de West Newton. El viejo profesor estaba tan consumido que parecía que tenía cuerpo de niño más que de hombre. Mitch veía la palidez de su piel, las pocas canas sueltas, el modo en el que le colgaban los brazos, sueltos e impotentes. Nos dedicamos mucho tiempo a intentar dar forma a nuestros cuerpos, levantando pesas, haciendo flexio

El décimo martes: Hablamos del matrimonio.

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El viejo profesor cada vez dormía peor, ya necesitaba oxígeno casi todas las noches y sus ataques de tos estaban siendo terribles, podía llegar a durarle una hora y no sabía nunca si iba a ser capaz de dejar de toser, tenía cerca la muerte. El viejo profesor ya no podía comer la sopa de zanahoria, las tartas de verdura ni la pasta griega que le trajo Mitch, aunque ya procuraba comprar la comida más blanda. El viejo profesor tampoco tenía fuerza para masticarla y tragarla. Ahora comía principalmente suplementos dietéticos líquidos, a los que se añadía si acaso una galleta integral que se dejaba empapar hasta que estaba blanda y fácil de digerir. Casi todo era en puré porque absorbía los alimentos con una pajita.  El viejo profesor decía que los chicos de hoy no saben quiénes son ellos mismos, por lo que cómo van a saber con quién se casan... Porque los amigos no van a estar aquí por la noche cuando estés tosiendo y no puedes dormir y alguien tiene que pasarse la noche en vela a tu lado,

El noveno martes: Hablamos de cómo perdura el amor.

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  Las hojas habían empezado a cambiar de color. Las piernas del viejo profesor necesitaban atenciones constantes, todavía podía sentir el dolor, aunque no podía moverlas; era una de las crueles paradojas de la ELA y al tocarle los pies sentía como si le estuvieran pinchando con un tenedor. Ya no podía mover ni la cabeza. Parecía que su columna vertebral adquiría la forma del sillón. Le quedaba poco para quedarse hasta sin voz cuando le llegara a los pulmones, podría resultarle imposible hablar porque ya no podía hablar mucho tiempo sin tener que descansar. Cuando el viejo profesor está con alguien, está con esa persona. Mira directamente a los ojos y escucha como si esa persona fuera la única en el mundo. Si el primer encuentro de cada día de las personas fuera así, en vez del gruñido de una camarera, de un conductor de autobús o del jefe, sería maravilloso. Aprender a prestar atención es más importante que casi todo lo que te pueden enseñar en la universidad. Las personas solo tienen

El octavo martes: Hablamos del dinero.

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  Entraba el sol de la mañana por la ventana del viejo profesor que tenía a su espalda y caía sobre las flores rosadas del hibisco que estaba en el alféizar. La charla que tuvieron este martes Mitch y el viejo profesor se simplifica en este trozo de texto: Siempre dicen que poseer más cosas es bueno: más dinero es bueno, más bienes es bueno, más comercialismo es bueno; más es bueno. Engullir algo nuevo; engullir un coche nuevo, engullir un bien inmobiliario, engullir el último juguete y después querer contarlo. Eso es en toda regla personas con hambre de amor. Abrazan las cosas materiales y esperan que éstas les devolvieran el abrazo de alguna manera. Las cosas materiales no ofrecen amor, delicadeza, ni ternura, al igual que el poder tampoco te ofrece ternura. Ni el dinero te dará el sentimiento que se busca, por mucho que se tenga. Por eso el viejo profesor el mismo día que supo que tenía una enfermedad terminal, perdió el interés por su poder adquisitivo, pero tenía una casa rica de